La totalidad de nuestras heridas tienen que ver con eventos y circunstancias, que son bastantes universales en este tiempo en el que vivimos en un desorden de amor y en el cual nuestros padres y abuelos nos han ido pasando sus versiones de desamor que recibieron ellos. Nosotros como niños hemos interpretado ese desamor no como un fallo de nuestros padres sino como un defecto nuestro que necesitamos de arreglar. Con la idea de que si yo cambio algo en mí como niño y mejoro voy a conseguir el amor de mis padres que no tuve. Es una interpretación ilusoria que hace el niño desde su perspectiva. Desde un punto de vista psicológico le resulta «mas barato» en vez de darse cuenta que sus padres son personas heridas que no saben tampoco qué hacer ni a dónde ir con sus hijos. Eso sería mucho mas desestructurante y doloroso para el niño. De alguna manera asumir la responsabilidad de la disfuncionalidad de los padres es un gran recurso a esa edad para preservar la integridad de la psiquis. La primera amenaza a la integridad de la psiquis es que la vida no tenga sentido. La experiencia sin sentido en la infancia es esa de que no eres amado, no eres recibido con amor y por lo tanto la respuesta mas saludable es creer que algún día lo vas a conseguir cuando logres mejorar las características por las cuales tu interpretaste que no eras querido y amado. Eso es una creencia muy profunda que está en la base de la constitución de nuestra personalidad.